miércoles, 28 de octubre de 2009

Marx y la guerra

Karl Marx es uno de los filósofos que más contribuye al pensamiento bélico y las concepciones de la guerra, dado que su ideología se basa en la crítica y el conflicto como principales aspectos. Conceptos como “lucha de clases”, “crítica marxista” o “revolución socialista” son la base del pensamiento marxista y se repiten constantemente en sus escritos y manifiestos.
Para Marx, el motor del cambio de la historia es el conflicto, pero no entre naciones o estados, sino entre clases sociales, siendo el factor determinante de dicho conflicto el poder económico.

Las clases en lucha por alcanzar el poder social esgrimen siempre representaciones e ideas que, aunque ofrecidas como generales y objetivas, reflejan la parcialidad de sus intereses reales; y la clase social dominante en cada momento impone sus representaciones, que siempre interpretan las formas sociales anteriores como un simple preludio de aquella en la que detentan el poder. Por consiguiente, concluye Marx, sólo la clase social sin intereses particulares, cuyo objetivo no consista simplemente en sustituir en el poder a la clase dominante sino en establecer una sociedad sin clases, incorporará los intereses de toda la sociedad y podrá superar las visiones parciales de los fenómenos sociales. Y puesto que el proletariado es, para Marx, esa clase universal, sólo el proletariado puede alcanzar un conocimiento objetivo de la realidad social. Con el proletariado se da, por primera vez, la posibilidad de que coincidan las representaciones de un grupo con el conocimiento científico de la sociedad y de la historia.

Los fenómenos y relaciones sociales que aparecen como estables, naturales e independientes del hombre pierden su fijeza para mostrarse, en profundidad, como productos de la acción humana en la historia y, por tanto, como transitorios, transformables y sometidos a la dinámica impuesta por las tensiones y los conflictos que son la fuente del avance histórico.
Marx escribe: “la dialéctica, reducida a su forma racional, provoca la cólera y es el azote de la burguesía y de sus portavoces doctrinarios: porque en la inteligencia y explicación positiva de lo que existe abriga, a la par, la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; y porque, crítica y revolucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir, por tanto, lo que tienen de perecedero y sin dejarse intimidar por nada”.

Reconociendo el hecho de los conflictos de clases, hay interpretaciones muy distintas de lo que significan. Antagonismo irreconciliable entre dos clases, como clave de la estructura social, es decir, la lucha de clases en sentido estricto; o conflicto de intereses, entre varias clases económicas, con posibilidades abiertas de lucha, negociación y compromiso, como uno de los varios factores importantes en la transformación de esa estructura. La primera interpretación de estos conflictos de clases está asociada al nombre de Marx y la segunda más con el de Weber.
“La filosofía crítica” de Marx encuentra en el proletariado las armas de su crítica, la fuerza de la pasión capaz de realizar lo que la razón propone. Porque los intereses particulares del proletariado son, al parecer, intereses universales. Desencantado de burócratas y burgueses, para Marx el proletariado es universal porque carece de todo y, por lo tanto, se supone que sólo puede ser algo destruyéndolo todo.

La crítica de Marx a la alineación social pone en cuestión la sociedad burguesa como sociedad desintegrada y como una sociedad definida por la lucha de clases, en la cual la burguesía explota y oprime al proletariado. A esa sociedad opone un proletariado revolucionario que acepta y lleva al límite esa misma lucha. En esa misma lucha afirma su identidad, define a los burgueses como antagonistas, y postula una sociedad donde el proletariado domine y la burguesía desaparezca.
La moral de la crítica o la denuncia de la alineación se ha convertido así en una moral de lucha de clases, que es la moral marxista por excelencia. La moral de la revolución social como acto propiamente moral por antonomasia.
El rasgo dominante o característica esencial de la moral marxista, como moral de lucha de clases y de revolución social, es la violencia, sobre todo su violencia verbal.
Esa connotación exhortativa es crucial en el mensaje moral del marxismo. Acusaciones de venalidad, cobardía, falsedad, mezquindad, crueldad, denuncias del carácter grotesco y repugnante de los personajes políticos, los adversarios de secta socialista, los economistas del otro lado, son continuos en el discurso de Marx.
Frases truculentas han sido siempre alimento diario de los revolucionarios. “Renegados”, “traidores”, son adjetivos que parecen anticipar el resto de la frase, “llevarán su merecido”. Este lenguaje dramático y belicista no se corresponde tan sólo con el temperamento peculiar de Marx, en él se encuentran rasgos más acusados de una tradición retórica revolucionaria y romántica.

Pero a partir de un momento dado este dramatismo ideal se puso en contacto con otros tipos de literatura de mayores consecuencias. Una fue la literatura política de los revolucionarios franceses. Los textos y los discursos de la llamada gran revolución estaban embargados de una violencia mucho más grave. Los excesos verbales correspondían al ejercicio de un terror real. La Revolución Francesa, en su fase jacobina, fue caracterizada como un acto de impiedad hacia los sentimientos de respeto recíproco y recíproco reconocimiento de humanidad entre sus miembros. Sus adversarios políticos eran definidos como enemigos a destruir. La política era redefinida como asunto de vida o muerte.
La literatura política y la moral revolucionaria se funden parcialmente con la literatura socialista, a lo largo de la primera mitad del siglo XIX. Marx define su versión del socialismo precisamente por el carácter central e intenso que da la lucha de clases, frente a lo que él llama socialistas utópicos.

Marx define la relación entre las clases como una situación bélica. La lucha de clases es una guerra civil. Las naciones capitalistas viven en estado de guerra civil larvada o latente. Los títulos y los contenidos de su obra giran en torno a ese tema. Su “guerra a los dioses” de la juventud, cede paso a la “guerra contra la burguesía”. Una vez las cosas así definidas, se abandona Marx a una exhortación moral, dando ánimos a los combatientes de su lado, increpando a sus enemigos. Este discurso contiene implícita un pensamiento de lucha revolucionaria, conjuntamente con algunas proposiciones descriptivas importantes.
Primero, la situación bélica implica la valoración emocional de la ruptura y la catástrofe. Hay en Marx una disposición a aceptar de buen grado los costes y los sacrificios de la guerra.
La clase burguesa, políticos, intelectuales, empresarios, debe ser arrojada fuera de la historia. El orden burgués debe ser combatido hasta sus últimas consecuencias, destruido, enterrado, por la violencia o el terror revolucionario si es preciso, sin piedad y sin pedir piedad, por la revolución permanente, como dice Marx en 1850. El motivo central de este radicalismo conceptual, y ocasionalmente verbal, es la ruptura de la comunidad moral con el enemigo. Esto es lo que hace Marx llevando al límite la retórica moral del combate. La ruptura del vínculo humano entre los combatientes. Esto lleva la situación bélica muy lejos, más lejos de lo que ha sido frecuente en a historia de la guerra en varias circunstancias importantes, donde el respeto moral del enemigo y la aceptación de ciertas reglas del juego han operado como factor de limitación de la extensión y la intensidad de las operaciones bélicas.

Segundo, la situación bélica implica la consideración del propio campo o bando como un ejército. Y esto tiene a su vez graves consecuencias. Por lo pronto, evoca de manera inequívoca, la diferenciación entre jefes u oficiales y soldados, entre un cuadro de mando y unas masas. Las masas revolucionarias combatientes están encuadradas.
Las ideas a este respecto de Marx, sobre el carácter central y rigurosamente organizado del partido, son reiteradas una y otra vez. El comité central es a la vez el estado mayor y el alto mando del ejército revolucionario.

Tercero, el proletariado se convierte en masas a encuadrar en un ejército. Cierto que el marxismo se propone inicialmente como la expresión de las ideas y los sentimientos fundamentales del proletariado. Da por supuesto una convergencia, en lo esencial, entre el instinto de clase y la teoría marxista.
El proletariado debe, para hacer la revolución, romper la revolución debe romper la continuidad con su pasado, adoptar una actitud de desconfianza hacia sí mismo. Debe romper con su pasado, quizá rural, y con su vida cotidiana de la fábrica, quizá plagada de compromisos y consensos morales con sus adversarios. Debe sospechar de su memoria y de su instinto. Debe someterse a crítica y autocrítica continua. Naturalmente, esta ruptura de la continuidad y de la memoria, esta lectura irónica de su propia tradición, implica, dada la conexión esencial entre memoria e identidad, una puesta en cuestión de su identidad misma. Desde este punto de vista, nada más razonable. Quizá la mitad del proletariado tiende a ser anarquista o a cualquier otro desviacionismo como el cristianismo, nacionalismo democrático, fundamentalismo musulmán, etc. He aquí pues esa mitad de sí mismo a combatir. Pero incluso dentro de la mitad firme o, digamos, sana del proletariado, hay que combatir aquellas tendencias que estarán siempre ahí.

Cuarto, esta desconfianza respecto al proletariado como conjunto se complementa con una desconfianza aún mayor con relación a los individuos que lo componen. Nada más lógico y consecuente si, como sabemos, se ha devaluado la individualidad como agente moral en última instancia. Marx es infatigable cuando se trata de criticar la perspectiva llamada “individualista” en teoría económica, en teoría política o en teoría moral.
La consecuencia práctica de esta marginación de la conciencia moral individual es el reforzamiento de la disciplina de la masa combatiente. Porque no se combate en base a un ejército de gentes que someten las órdenes al escrutinio de la conciencia, una a una. La función práctica de la negación de la conciencia moral individual, como agente decisivo en última instancia, es la sumisión del individuo al conjunto.

La sociedad de los países marxistas, los socialismos reales, que pretenden ser fieles a Marx y que han llevado al límite algunas de las implicaciones más importantes de las teorías morales de Marx, cumplen casi literalmente su crítica de la sociedad civil, su rechazo al Estado burgués, su rechazo de plano del capitalismo. Encarnan un ethos del combate y la lucha de clases, una llamada a las filas a las armas; una discriminación entre el cuadro de intelectuales revolucionarios y las masas combatientes y subordinadas, una mirada crítica carente de complacencia sobre la espontaneidad de los obreros, una lectura vibrante sobre la inevitabilidad de la victoria final.

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