Carl von Clausewitz fue un general, teórico, estratega e historiador militar prusiano. Nació en Burg, cerca de Magdeburgo en 1780 y falleció en Breslau en 1831. Su obra De la guerra ha ejercido una gran influencia sobre las doctrinas políticas y estratégicas modernas; está dividida en ocho libros y ocupa tres de los diez volúmenes de Hinterlassene Werke uber Krieg und Kriegführung, colección póstuma de sus obras completas, publicada por su viuda entre 1832 y 1834, y entre las que destacan, además, La campaña de 1799 en Italia, La campaña de 1814 y Nota sobre Prusia en su gran catástrofe.
Clausewitz, que vivió multitud de guerras entre 1793 y 1815, se dedicó después a estudiar la mayoría de los conflictos de los siglos XVII y XVIII. Impresionado por el cambio radical que aportó al arte de la guerra la aparición de los ejércitos en masa y de las pasiones revolucionarias y nacionales, comprendía por qué Napoleón y Federico II, colocados en situaciones aparentemente semejantes, eligieron a veces soluciones apuestas. Rechazando todo dogmatismo, descubrió las leyes y los principios de una ciencia de la acción militar aplicable a todas las formas posibles de guerra, que él comparaba con un modelo teórico de “guerra absoluta”: ese “duelo magnificado, llevado por su naturaleza a los extremos de la violencia”, es “un todo orgánico cuyos diferentes elementos son inseparables y donde todas las acciones aisladas deben converger hacia el mismo objetivo y ser dirigidas por un mismo pensamiento”, pero la guerra, “ese camaleón”, puede asumir todas las formas, desde el aniquilamiento del adversario hasta la simple intimidación del mismo.
La guerra constituye “una extraña trinidad” que une “la violencia original, el juego de las probabilidades y del azar, a su naturaleza de instrumento subordinado a la política”, de la que constituye una modalidad de acción particular: “La guerra no es sino la continuación de la política por otros medios”.
Por tanto, su dirección debe estar absolutamente subordinada a esa política definida como la suma de los mayores intereses del Estado. Su finalidad es la paz, resultante de un nuevo equilibrio entre los Estados. Clausewitz estudió la naturaleza compleja de las relaciones entre mando militar y gobierno en la preparación y la dirección de la guerra, pues “si ésta tiene su propia gramática, su lógica sólo puede ser la de la política”. A diferencia de los teóricos de gabinete del s. XVIII, tan aficionados a las sabias evoluciones, demostró que la batalla decisiva debe buscarse cada vez que la finalidad de una guerra sea la destrucción del adversario, lo que supone en general una ofensiva vigorosa, pero el momento de la batalla decisiva debe ser elegido en función de la evolución calculada de la relación de las fuerzas; una defensa activa es “la forma más fuerte de combate” y permite esperar el momento en que el atacante alcance “el punto culminante de la ofensiva”, a partir del cual avanza fatalmente hacia el desastre.
El tratado De la guerra no impone ninguna doctrina; no constituye en absoluto un reglamento, en el que la evolución de las técnicas produciría un rápido desfase, pero aporta una teoría unitaria, completa. Ésta ha dado lugar a interpretaciones muy diversas, a veces incluso contradictorias.
El objetivo de los escritos teóricos de Clausewitz era el de desarrollar no una nueva doctrina, sino una comprensión más real del fenómeno de la guerra. La teoría debería mostrar “cómo una cosa se relaciona con la otra, y separar lo importante de lo que no lo es. Si los conceptos se combinan por su propia voluntad para formar ese núcleo de la verdad que llamamos un principio, si espontáneamente componen un modelo que se convierte en norma, es algo que corresponde aclarar al teórico”. En contraste con los principios –el núcleo de las verdades- las leyes científicas resultan difíciles de establecer en una actividad como la de la guerra, y puede que nunca lleguen a existir leyes para la acción; pero la teoría acomoda normas en cuanto que hay excepciones para toda norma. Para el teórico, el pasado era tan importante como el presente. La tradición, las percepciones y los sentimientos de generaciones de hombres de estado y soldados, su sentido de la forma en que se interrelacionan la política y la estrategia con la guerra, eran aspectos que había que examinar y situar en una estructura analítica lo suficientemente concreta para no decaer si las circunstancias variasen y lo bastante elástica para adaptarse a futuros adelantos teóricos. Un análisis semejante sólo podría hacerse si el investigador enfocaba los fenómenos totales de la guerra y los elementos que la componen tan de cerca como le resultase posible, apartando lo mejor que pudiera cualquier obstáculo de costumbre o prejuicio que se interpusiese entre él y su objetivo. La terminología de objetivo, fin y medios, que planteaba Clausewitz para diferenciar los elementos de la gran estrategia también pueden aplicarse a su procedimiento analítico; una mejor comprensión era el fin, la observación directa, el objetivo; los medios consistían en estudiar la historia desde los puntos de vista de la experiencia, la historia y la lógica.
Basando sus teorías en los ejércitos de masas, Clausewitz sostuvo como premisas fundamentales:
Primero, que a guerra es la continuación de la política por otros medios, pero sin dejar de ser parte de la misma.
Segundo, que el fin de la guerra es obligar al enemigo a hacer lo que no quiere que haga.
Tercero, que la defensiva es la postura más fuerte, con tal de que pueda evitarse que el enemigo se lance con gran superioridad numérica sobre un punto determinado.
Vom Kriege, De la Guerra, es un intento de indagar en la esencia de los fenómenos de la guerra y poner de manifiesto los vínculos entre estos fenómenos y la naturaleza de sus partes integrantes.
La principal premisa de este famoso libro es que la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios. Y, según Clausewitz, tener siempre presente este hecho facilitará sobremanera el estudio de la cuestión, pudiéndose analizar el conjunto con más facilidad. Teniendo siempre en cuenta que la guerra no deja de ser un acto de fuerza destinado a obligar a nuestro enemigo a hacer nuestra voluntad; y que esa fuerza es el medio de la guerra; e imponer nuestra voluntad al enemigo es el principal de los propósitos.
La guerra, que nunca se presenta como un acto aislado, como parte de la política, tiene como principal propósito uno político, que no es otro que la voluntad de derrotar al enemigo y privarle de su fuerza, como ya adelantábamos. Este motivo político determinará tanto el objetivo militar que debe alcanzarse como el esfuerzo que exige dicho objetivo.
Para Clausewitz, el propósito político puede actuar como patrón sólo en el contexto de los dos estados en guerra, es decir, que podemos adoptar el propósito político como patrón si pensamos en la influencia que puede ejercer sobre las fuerzas armadas que debe mover.
A veces, los objetivos político y militar coinciden. Pero el propósito político no siempre proporciona un objetivo militar adecuado. En este caso, es preciso adoptar otro objetivo militar que esté al servicio de la finalidad política y la simbolice en las negociaciones de paz. Aunque, también puede haber situaciones en las que el propósito político sea casi el único determinante.
Igualmente, la causa de la guerra está siempre en alguna situación política, y el conflicto está siempre al servicio de alguna finalidad política. La guerra pues, es un acto de política; el cual durará lo suficiente para permanecer sujeto a la acción de una inteligencia superior, que no es otra que el poder político del Estado.
La política impregnará todas las operaciones militares y, en la medida en que lo admite su naturaleza violenta, ejercerá una influencia continua sobre ellas. Por este motivo Clausewitz afirma que la guerra no es sino la continuación de la política por otros medios; porque se da cuenta que la guerra no es un simple acto de política, sino que además es un genuino instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, proseguidas con otros medios.
El fin político es el objetivo, la guerra el medio de alcanzarlo y los medios nunca pueden considerarse aislados de su finalidad.
Cuanto más poderosos y estimulantes sean los motivos que llevan a la guerra tanto más militar y menos político parecerá el conflicto. Cuanto menos intensos sean los motivos, menor será la natural tendencia violenta del elemento militar a coincidir con las directrices políticas. En consecuencia el objeto político será cada vez más incompatible con el objetivo de la guerra ideal y el carácter del conflicto se percibirá como más político.
Además, para Clausewitz la guerra es una trinidad paradójica compuesta de violencia, odio y enemistad primarios, que deben considerarse como una fuerza natural ciega; del juego del azar y las probabilidades dentro del cual el espíritu libre puede campar a sus anchas; y del elemento de subordinación, de instrumento de la política, sujeto únicamente a la razón.
El primero de los tres elementos afecta primordialmente a las personas; el segundo al mando y a su ejército; y el tercero al gobierno.
Todas estas teorías recogidas en el majestuoso libro que nos legó Clausewitz fueron objeto de estudio en todas las academias de Estado Mayor de todo el mundo desde su época hasta nuestros días, aunque especialmente influyeron en la escuela alemana.
Clausewitz alcanzará las resonancias más profundas entre los marxistas. Marx y Engels admiraban el pragmatismo dinámico de su pensamiento. Lenin lo estudió cuidadosamente en 1915 y profundizó en la célebre fórmula de Clausewitz, que convirtió en: “La política es la continuación de la guerra…”. De ella sacó s estrategia de lucha antiimperialista y aconsejó su lectura a Frounze, a quién encargó la elaboración de una doctrina militar soviética. Mao Tze Dong estudió sobre el capítulo de “el armamento del pueblo” y las posibilidades ofrecidas por la cooperación entre ejército regular y partisanos en una guerra de liberación. También Che Guevara citaba a menudo a Clausewitz y, más recientemente, los principales ideólogos franceses y estadounidenses basan su concepción del Estado, las nuevas guerras y la edad planetaria en los escritos que Clausewitz dejó para esclarecernos y poner al día el arte de la guerra que ya comenzara a esbozar Sun Tzu y que Clausewitz pintó de manera sublime.
Clausewitz, que vivió multitud de guerras entre 1793 y 1815, se dedicó después a estudiar la mayoría de los conflictos de los siglos XVII y XVIII. Impresionado por el cambio radical que aportó al arte de la guerra la aparición de los ejércitos en masa y de las pasiones revolucionarias y nacionales, comprendía por qué Napoleón y Federico II, colocados en situaciones aparentemente semejantes, eligieron a veces soluciones apuestas. Rechazando todo dogmatismo, descubrió las leyes y los principios de una ciencia de la acción militar aplicable a todas las formas posibles de guerra, que él comparaba con un modelo teórico de “guerra absoluta”: ese “duelo magnificado, llevado por su naturaleza a los extremos de la violencia”, es “un todo orgánico cuyos diferentes elementos son inseparables y donde todas las acciones aisladas deben converger hacia el mismo objetivo y ser dirigidas por un mismo pensamiento”, pero la guerra, “ese camaleón”, puede asumir todas las formas, desde el aniquilamiento del adversario hasta la simple intimidación del mismo.
La guerra constituye “una extraña trinidad” que une “la violencia original, el juego de las probabilidades y del azar, a su naturaleza de instrumento subordinado a la política”, de la que constituye una modalidad de acción particular: “La guerra no es sino la continuación de la política por otros medios”.
Por tanto, su dirección debe estar absolutamente subordinada a esa política definida como la suma de los mayores intereses del Estado. Su finalidad es la paz, resultante de un nuevo equilibrio entre los Estados. Clausewitz estudió la naturaleza compleja de las relaciones entre mando militar y gobierno en la preparación y la dirección de la guerra, pues “si ésta tiene su propia gramática, su lógica sólo puede ser la de la política”. A diferencia de los teóricos de gabinete del s. XVIII, tan aficionados a las sabias evoluciones, demostró que la batalla decisiva debe buscarse cada vez que la finalidad de una guerra sea la destrucción del adversario, lo que supone en general una ofensiva vigorosa, pero el momento de la batalla decisiva debe ser elegido en función de la evolución calculada de la relación de las fuerzas; una defensa activa es “la forma más fuerte de combate” y permite esperar el momento en que el atacante alcance “el punto culminante de la ofensiva”, a partir del cual avanza fatalmente hacia el desastre.
El tratado De la guerra no impone ninguna doctrina; no constituye en absoluto un reglamento, en el que la evolución de las técnicas produciría un rápido desfase, pero aporta una teoría unitaria, completa. Ésta ha dado lugar a interpretaciones muy diversas, a veces incluso contradictorias.
El objetivo de los escritos teóricos de Clausewitz era el de desarrollar no una nueva doctrina, sino una comprensión más real del fenómeno de la guerra. La teoría debería mostrar “cómo una cosa se relaciona con la otra, y separar lo importante de lo que no lo es. Si los conceptos se combinan por su propia voluntad para formar ese núcleo de la verdad que llamamos un principio, si espontáneamente componen un modelo que se convierte en norma, es algo que corresponde aclarar al teórico”. En contraste con los principios –el núcleo de las verdades- las leyes científicas resultan difíciles de establecer en una actividad como la de la guerra, y puede que nunca lleguen a existir leyes para la acción; pero la teoría acomoda normas en cuanto que hay excepciones para toda norma. Para el teórico, el pasado era tan importante como el presente. La tradición, las percepciones y los sentimientos de generaciones de hombres de estado y soldados, su sentido de la forma en que se interrelacionan la política y la estrategia con la guerra, eran aspectos que había que examinar y situar en una estructura analítica lo suficientemente concreta para no decaer si las circunstancias variasen y lo bastante elástica para adaptarse a futuros adelantos teóricos. Un análisis semejante sólo podría hacerse si el investigador enfocaba los fenómenos totales de la guerra y los elementos que la componen tan de cerca como le resultase posible, apartando lo mejor que pudiera cualquier obstáculo de costumbre o prejuicio que se interpusiese entre él y su objetivo. La terminología de objetivo, fin y medios, que planteaba Clausewitz para diferenciar los elementos de la gran estrategia también pueden aplicarse a su procedimiento analítico; una mejor comprensión era el fin, la observación directa, el objetivo; los medios consistían en estudiar la historia desde los puntos de vista de la experiencia, la historia y la lógica.
Basando sus teorías en los ejércitos de masas, Clausewitz sostuvo como premisas fundamentales:
Primero, que a guerra es la continuación de la política por otros medios, pero sin dejar de ser parte de la misma.
Segundo, que el fin de la guerra es obligar al enemigo a hacer lo que no quiere que haga.
Tercero, que la defensiva es la postura más fuerte, con tal de que pueda evitarse que el enemigo se lance con gran superioridad numérica sobre un punto determinado.
Vom Kriege, De la Guerra, es un intento de indagar en la esencia de los fenómenos de la guerra y poner de manifiesto los vínculos entre estos fenómenos y la naturaleza de sus partes integrantes.
La principal premisa de este famoso libro es que la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios. Y, según Clausewitz, tener siempre presente este hecho facilitará sobremanera el estudio de la cuestión, pudiéndose analizar el conjunto con más facilidad. Teniendo siempre en cuenta que la guerra no deja de ser un acto de fuerza destinado a obligar a nuestro enemigo a hacer nuestra voluntad; y que esa fuerza es el medio de la guerra; e imponer nuestra voluntad al enemigo es el principal de los propósitos.
La guerra, que nunca se presenta como un acto aislado, como parte de la política, tiene como principal propósito uno político, que no es otro que la voluntad de derrotar al enemigo y privarle de su fuerza, como ya adelantábamos. Este motivo político determinará tanto el objetivo militar que debe alcanzarse como el esfuerzo que exige dicho objetivo.
Para Clausewitz, el propósito político puede actuar como patrón sólo en el contexto de los dos estados en guerra, es decir, que podemos adoptar el propósito político como patrón si pensamos en la influencia que puede ejercer sobre las fuerzas armadas que debe mover.
A veces, los objetivos político y militar coinciden. Pero el propósito político no siempre proporciona un objetivo militar adecuado. En este caso, es preciso adoptar otro objetivo militar que esté al servicio de la finalidad política y la simbolice en las negociaciones de paz. Aunque, también puede haber situaciones en las que el propósito político sea casi el único determinante.
Igualmente, la causa de la guerra está siempre en alguna situación política, y el conflicto está siempre al servicio de alguna finalidad política. La guerra pues, es un acto de política; el cual durará lo suficiente para permanecer sujeto a la acción de una inteligencia superior, que no es otra que el poder político del Estado.
La política impregnará todas las operaciones militares y, en la medida en que lo admite su naturaleza violenta, ejercerá una influencia continua sobre ellas. Por este motivo Clausewitz afirma que la guerra no es sino la continuación de la política por otros medios; porque se da cuenta que la guerra no es un simple acto de política, sino que además es un genuino instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, proseguidas con otros medios.
El fin político es el objetivo, la guerra el medio de alcanzarlo y los medios nunca pueden considerarse aislados de su finalidad.
Cuanto más poderosos y estimulantes sean los motivos que llevan a la guerra tanto más militar y menos político parecerá el conflicto. Cuanto menos intensos sean los motivos, menor será la natural tendencia violenta del elemento militar a coincidir con las directrices políticas. En consecuencia el objeto político será cada vez más incompatible con el objetivo de la guerra ideal y el carácter del conflicto se percibirá como más político.
Además, para Clausewitz la guerra es una trinidad paradójica compuesta de violencia, odio y enemistad primarios, que deben considerarse como una fuerza natural ciega; del juego del azar y las probabilidades dentro del cual el espíritu libre puede campar a sus anchas; y del elemento de subordinación, de instrumento de la política, sujeto únicamente a la razón.
El primero de los tres elementos afecta primordialmente a las personas; el segundo al mando y a su ejército; y el tercero al gobierno.
Todas estas teorías recogidas en el majestuoso libro que nos legó Clausewitz fueron objeto de estudio en todas las academias de Estado Mayor de todo el mundo desde su época hasta nuestros días, aunque especialmente influyeron en la escuela alemana.
Clausewitz alcanzará las resonancias más profundas entre los marxistas. Marx y Engels admiraban el pragmatismo dinámico de su pensamiento. Lenin lo estudió cuidadosamente en 1915 y profundizó en la célebre fórmula de Clausewitz, que convirtió en: “La política es la continuación de la guerra…”. De ella sacó s estrategia de lucha antiimperialista y aconsejó su lectura a Frounze, a quién encargó la elaboración de una doctrina militar soviética. Mao Tze Dong estudió sobre el capítulo de “el armamento del pueblo” y las posibilidades ofrecidas por la cooperación entre ejército regular y partisanos en una guerra de liberación. También Che Guevara citaba a menudo a Clausewitz y, más recientemente, los principales ideólogos franceses y estadounidenses basan su concepción del Estado, las nuevas guerras y la edad planetaria en los escritos que Clausewitz dejó para esclarecernos y poner al día el arte de la guerra que ya comenzara a esbozar Sun Tzu y que Clausewitz pintó de manera sublime.
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