lunes, 28 de enero de 2008

“Periodistas Infiltrados: De los Media Pool a los Embedded journalist”


"A ningún periodista honesto le gustaría describirse a sí mismo como "empotrado". Decir "soy un periodista empotrado" es como decir " soy un propagandista del gobierno".
Noam Chomsky


Los “embedded journalist” que se han venido a traducir al castellano como periodistas incorporados, empotrados, incrustados e incluso encamados; son periodistas asignados a una unidad militar, que realizan sus crónicas en el frente junto a las tropas en vivo y en directo.

Estos periodistas forman parte de la unidad militar a la que son asignados. Son un miembro más de la unidad, y como tales, deben respeto y obediencia a sus superiores en rango. Son preparados física, técnica, táctica, psicológica y militarmente para su incorporación al “combate”.
Sus noticias deberán pasar la censura del jefe de la unidad y su visión del conflicto estará supeditada a la visión subjetiva que de la guerra tenga esa unidad, dependiendo de su misión, situación, movilidad, espacio abarcado, tiempo empleado, cercanía con el epicentro del enfrentamiento, etc.

Hay quien ha llegado a decir que el primer periodista empotrado de la historia fue el gran escritor decimonónico Pedro Antonio de Alarcón.

El joven periodista granadino se enroló en la Guerra de África, que enfrentó en 1860 a España con Marruecos. El ensayista, quien deambulaba por las redacciones de los periódicos madrileños, era consciente del atractivo romántico de las guerras, y más aún al tener conocimiento de la aventura de algunos compañeros en 1853 en la Guerra de Crimea. Además, se trataba de Marruecos, y él pertenecía a un linaje que había hecho la Reconquista, con una intervención destacada en la batalla de Pavía. Por otra parte, el atractivo oriental, tan de moda en aquella época, le movía a iniciar tal empresa, en la que también encontró su carrera literaria.
Así fue como Pedro Antonio de Alarcón decidió enrolarse en el cuerpo expedicionario peninsular con destino a Ceuta a sus flamantes 26 años.
Pedro Antonio, corresponsal de ’El Museo Universal’, se alistaba en el batallón de cazadores Ciudad Rodrigo. Llevaba como armamento una espada española y un revólver al cinto, para defensa personal; y papeles, plumas, lápices y demás arreos de cronista ambulante. Una vez como soldado sumó un caballo, un asno y un criado. Llevó también un fotógrafo, con su cámara y demás útiles de arte, para recoger las mejores instantáneas de ciudades, paisajes e individuos, que ilustraran sus crónicas. Pedro Antonio quería ser el primer reportero en ofrecer imágenes del conflicto.
Las crónicas de Pedro Antonio se convirtieron en un éxito entre los lectores. La fama del escritor alcanzó su punto máximo cuando sus dietarios se recopilan en el libro ’Diario de un testigo de la Guerra de África’. Fue uno de los primeros ’best-sellers’ de la historia del periodismo español con una primera edición de 25.000 ejemplares.
Lo cierto es que en los conflictos de la época, finales del siglo XIX, donde la prensa y el periodismo comenzaban a tener gran importancia y amplia tirada dentro de las sociedades, eran muchos los soldados que redactaban crónicas de los conflictos o los periodistas o cronistas que se enrolaban con un bando u otro en las diferentes guerras para poder pulsar de cerca los entresijos y las vivencias de mayor calado en el conflicto.
Posteriormente en la Guerra Civil Española, va a cobrar gran importancia la figura del corresponsal de guerra y van a ser muchos los que se impliquen en un bando o en otro, sobre todo en el republicano. Llegando a entablar amistad con mandos civiles y militares, estando en bombardeos y asedios, y conviviendo temporadas enteras con milicianos y combatientes. Este fue el caso de grandes personajes del periodismo que han pasado a la historia por su buena o nefasta labor en “pro de la información”, tales como: Ernest Hemingway, Martha Gellhorn, Jay Allen, etc.
En la segunda guerra mundial damos con un fenómeno parecido. Con la entrada de los Estados Unidos en la guerra se llevó al límite la táctica de asimilación de los periodistas en la maquinaria militar. El propio comandante supremo Eisenhower había marcado la pauta cuando dijo que “es la opinión pública la que gana una guerra. Siempre he considerado a los corresponsales casi como oficiales acreditados ante mis cuarteles”.
Para llevar a la práctica la doctrina Eisenhower respecto a los corresponsales de guerra, no se escatimaron medios humanos o materiales. Sirva de ejemplo la auténtica revolución mediática operada en el Noveno Cuerpo de Ejército de los EEUU que de recibir a dos periodistas por semana en su base de Texas pasó a atender en Francia, y de forma permanente, a cincuenta corresponsales a los que proporcionaba alojamiento, transporte y comida, incluso una radio móvil para que pudieran transmitir a Londres sus crónicas, obviamente una vez censuradas.

Se trató de ofrecer las máximas facilidades para que los corresponsales de guerra se sintieran cómplices de lo que el ejército estadounidense hacía en Europa. Los propios generales estaban aleccionados en ese sentido y conocían perfectamente la dinámica interna de los medios de comunicación y en consecuencia el comportamiento de los periodistas.

A tal extremo llegó el deseo del alto mando estadounidense de atraerse las simpatías de los corresponsales que el general MacArthur autorizó que se les entregasen condecoraciones. Uno de los beneficiados fue Harry Gorrell Jr, de la agencia UP, al que se condecoró por asistir a un soldado herido durante un ataque aéreo.

A los periodistas les interesaba tener de primera mano las noticias sobre el transcurso de la guerra y para ellos era un reto y una gran ilusión el estar en el campo de batalla y formar parte de las maniobras bélicas y de la estructura castrense de la segunda gran guerra. Pero el mayor favorecido era el ejército de los EE.UU. que de esta manera tenía controlada a la prensa, daba la información sesgada y manipulada, censuraba cuanto le convenía y lograba centrar la atención en noticias más humanas, personales, de temas superfluos, desviando la atención de los problemas políticos, económicos y de defensa propiamente dichos.

La gran revolución del acercamiento de los periodistas al campo de operaciones se iba a producir en la Guerra de Vietnam (1958-1975), donde el Gobierno de los Estados Unidos dio permiso a un gran número de prensa libre para acceder al campo de batalla.

La guerra de Vietnam, al igual que en otros aspectos, se iba a convertir en un auténtico laboratorio de nuevas experiencias en el ámbito aquí analizado. Conviene recordar que, mientras en Corea no fueron más de 70 los periodistas norteamericanos que acompañaron a sus tropas, ahora, por vez primera, se permitiría la presencia de corresponsales integrados dentro de las unidades para realizar su trabajo, pero sin tener que someterse a ningún tipo de normas que pudiesen restringir su actividad profesional, de tal manera que, en muchas ocasiones, no sólo eran trasladados con medios de las FAS a los lugares donde deseaban trabajar, sino que tenían que ser protegidos de manera directa para que pudiesen alcanzar sus objetivos informativos. Seguían sin ser realmente periodistas integrados o empotrados, ya que, a pesar de ir integrados en unidades, no pertenecían a ellas, ni estaban subordinados a ellas, ni habían sido adiestrados por ellas.


En la guerra que a comienzos de la década de los ochenta enfrentaría a Argentina y Gran Bretaña por las Islas Malvinas, ocurrió un fenómeno muy curioso, vital para el desarrollo posterior del periodismo de guerra.

Las Fuerzas Armadas británicas eran las únicas que controlaban el acceso al teatro de operaciones, unas islas en el Atlántico Sur inaccesibles por otros medios que no fuesen los militares. Así pues, quien quisiese estar allí tendría que aceptar irrestrictamente las normas que impusiera el Ministerio de Defensa Británico.

Los únicos corresponsales autorizados a viajar a las islas junto a las fuerzas enviadas por la entonces primera ministra Margaret Thatcher fueron británicos. En los buques de la Armada no habría lugar para periodistas de países neutrales, ni siquiera de Estados Unidos, que apoyaba diplomáticamente al Reino Unido en su conflicto con Argentina. Pero no sólo eso, incluso algunos corresponsales británicos fueron vetados, especialmente los que no estaban respaldados por ningún medio. Sabedor de que es más fácil controlar a periodistas que están unidos laboralmente a una empresa a la que deben rendir cuentas y a la que igualmente se puede presionar, los free lance quedaron así excluidos de ese exclusivo pool o grupo de periodistas seleccionado por el aparato de censura y propaganda.

Oficialmente, la selección de los participantes en un pool es aleatoria y responde a la imposibilidad material de los ejércitos de atender a todos los corresponsales. Con frecuencia, sin embargo, son las consideraciones propagandísticas, empresariales y hasta de amistad las que finalmente imponen la presencia de unos u otros.

A cambio de su inclusión en un pool, los informadores y las empresas para las que trabajan se comprometen a compartir el material con los excluidos. Los aparatos de censura y propaganda suelen dejar en manos de las empresas la forma de hacerlo, lo que siempre acarrea problemas en virtud de la competencia entre las mismas. Esa concesión a las empresas no es gratuita pues suele favorecer al aparato de censura y propaganda en caso de tratarse de informaciones negativas para sus intereses ya que en razón de esa habitual falta de acuerdo entre las empresas, la difusión será menor. Es por tanto, una forma indirecta de censura. Por el contrario, si las informaciones sometidas al pool son positivas y el acuerdo entre medios no funciona, basta con emitir un comunicado y proporcionar material gráfico captado por los propios fotógrafos y operadores de cámara del aparato de censura y propaganda para multiplicar la difusión.

En total fueron acreditados con las fuerzas militares desplazadas a Malvinas diecisiete corresponsales. Como ya se hizo en la Primera Guerra Mundial, antes de partir fueron obligados a firmar una declaración en la que se comprometían a respetar las normas de la censura militar. A diferencia de otros conflictos en los que esa exigencia no deja de ser formal, en este caso los firmantes sabían que la censura se aplicaría y no sólo por voluntad. El hecho de estar embarcados suponía que la única forma de hacer llegar sus crónicas e imágenes a Londres era a través de la utilización de los sistemas técnicos de los propios buques de guerra de la Armada británica. Aunque a regañadientes, no hubo medio de comunicación que no aceptase estas rígidas normas, la alternativa era cubrir la guerra únicamente desde la retaguardia a través de los comunicados oficiales que se distribuirían en Londres una vez al día.

Los medios de comunicación no británicos intentaron fletar barcos para que sus periodistas pudiesen acercarse a la zona. Sin embargo, muy pronto desistieron de esa idea al comprobar los desorbitados precios que exigían los armadores y, sobre todo, cuando el Reino Unido advirtió de que sus fuerzas abrirían fuego contra cualquier barco que entrase a la zona de exclusión. Otra vez las características del teatro de operaciones jugaban a favor del aparato de censura y propaganda y de la táctica del pool.

De esa forma el Reino Unido consiguió ocultar hasta el final de la guerra algunos hechos que de ser conocidos por la opinión pública en ese momento habrían perjudicado a los británicos, como ciertos ataques sufridos por sus barcos o la avería del Invencible nada más salir del puerto de Portsmouth.

Con una clara estrategia de información y propaganda favorecida enormemente por el tipo de guerra que se libraba, el Gobierno británico logró aquello que siempre se propone la censura: convertir en material para los historiadores un hecho que en caso de ser conocido por la opinión pública en tiempo real puede perjudicar los intereses militares del momento. Los trabajos históricos tienen poca audiencia y se conocen con mucha posterioridad, los periodísticos impactan a millones de personas y de inmediato.

Hoy los medios de masas y la multiplicación industrial de la imagen han desplazado el territorio de la guerra. Antes los hechos militares se desarrollaban en territorios limitados y sus efectos llegaban a las poblaciones civiles lejanas a través de los medios como una onda retardada. Hoy, en las llamadas “nuevas guerras”, la acción está más circunscrita que nunca. Estamos muy lejos de las “guerras mundiales” en un sentido espacial. Sin embargo, sí podemos hablar de una guerra universal de la información en la que desaparece la diferencia entre táctica y estrategia, pues la batalla (táctica) multiplicada a través de los medios y de la imagen adquiere categoría estratégica.


En la Guerra del Golfo de 1991 los periodistas fueron encuadrados en “pools”. En realidad, éstos habían nacido ya en los años ochenta. Durante la guerra Irán‑Irak el Pentágono puso en marcha por primera vez la experiencia de un "National Media Pool" sobre el modelo de lo hecho por los británicos en las Malvinas. Estos grupos de periodistas se organizaron para acompañar a las naves de guerra americanas que patrullaban en aguas del Golfo Pérsico durante el verano de 1987. Las reglas a las que debían someterse eran muy rígidas y fueron el antecedente de similares experiencias en Grenada, Panamá y en la Guerra del Golfo de 1991. Entre ellas podemos destacar el carácter no competitivo de esta "asociación" de periodistas, en la que todo el material obtenido debía ser compartido y su obligación de someterse a las normas militares en todo momento, además de no poder transmitir ningún tipo de información fuera de los canales militares previamente establecidos.

Aunque sin una doctrina elaborada, también responde al espíritu de estos "Media Pool" el transporte de grupos de corresponsales por medios militares hasta el teatro de operaciones en la invasión de Grenada en 1983. A lo largo de los años ochenta se organizaron estos "Media Pool" con periodistas profesionales para hacerlos participar en distintas maniobras de la OTAN. El primer "Media Pool Exercise" se celebró en abril de 1985 durante cinco días en las bases en Honduras, aún se celebraron otros dos dentro de ese mismo año. Y así sucesivamente.

En la Guerra de Irak de 2003, sin embargo, los periodistas fueron “incrustados” en las unidades militares atacantes “embedded”. Nacía aquí el término “periodista empotrado o periodista incrustado”. Algo parecido a lo que había pasado en la Segunda Guerra Mundial, Corea o Vietnam, pero con matices nuevos y con una mayor puesta en escena del aparato de censura y control de la información.

A diferencia del conflicto de 1991 había también periodistas en todas las grandes ciudades iraquíes, sobre todo en Bagdad. También en el conflicto de Kosovo los periodistas occidentales siguieron informando desde la Belgrado bombardeada. Sometidos, como en Bagdad, al control de las autoridades locales. Esta dualidad de periodistas de los medios de las potencias atacantes en la retaguardia “enemiga” es un fenómeno verdaderamente nuevo de nuestros tiempos. Tiene un antecedente inmediato, la invasión de Panamá para desalojar del poder a Noriega y capturarle. Vale la pena recordarlo.

Cuando comenzó la invasión, el 20 de diciembre de 1989, ocho periodistas viajaban en uno de los aviones de transporte del ejército norteamericano. Todos ellos eran miembros de la Agrupación Nacional de Corresponsales surgida de la Comisión Sidle. Pensaban llegar al escenario de la batalla a la vez que las tropas, y presenciar y cubrir la información del derrocamiento del régimen del general Manuel Antonio Noriega. Sin embargo, llegaron cuatro horas después del comienzo de la lucha y no pudieron enviar sus primeros informes hasta seis horas después. Durante los cuatro días que permanecieron en Panamá, sus movimientos fueron controlados estrechamente. Oyeron los disparos pero no presenciaron casi ninguna escaramuza; salvo en una ocasión, cuando uno de los conductores militares equivocó el camino. Cuando regresaron a la base americana, sede del Mando Sur de la Defensa su frustración y su descontento eran patentes. Pero también los militares se quejaban. Los militares afirmaban que habían malgastado medios de transporte y otros medios logísticos de gran importancia para las operaciones militares en aras de la prensa.

Así pues, en la Guerra de Irak del 2003 los periodistas han tenido un papel muy distinto que en la Guerra del Golfo de 1991 y en otros conflictos recientes.

Este concepto de periodistas empotrados es la mejor opción que el aparato propagandístico estadounidense ha encontrado para conjugar guerra e información en la actualidad.

Esta nueva concepción del corresponsal de guerra viene dada después de probar el desastre mediático de Vietnam, de intentar asimilar el “pool” británico y tras las enormes críticas sufridas al término de la Guerra de Afganistán en 2001, donde no se dejaron sacar imágenes del conflicto y las noticias eran difundidas directamente por el ejército de los EE.UU. sin dar opción a la sociedad a tener otra fuente.

Este nuevo tipo de corresponsales de guerra han sido tan criticados como alabados y sobre ellos se han vertido gran cantidad de opiniones de todos los colores. Pero la idea más generalizada es que los periodistas empotrados sólo favorecen al bando en el que van enquistados.

Grandes sectores de los principales medios de comunicación estuvieron demasiado cerca del Ejército estadounidense en Irak y como resultado de ello hicieron una cobertura "entusiasta" que careció de credibilidad y que mostró una guerra muy particular que en ningún caso se parecía a la idea global del conflicto.

Hacen falta los periodistas empotrados y la comunicación para favorecer la política. La decisión de seguir una batalla empotrados y supeditados rompe los cánones del periodismo, porque el periodista debería ser libre para elegir e independiente de cuanto observa a su alrededor.
Hay una transformación en las “nuevas guerras” o guerras contemporáneas entre técnica, táctica y estrategia informativa. Este tipo de desinformación acabará por convertirse en censura y propaganda, intentando modificar las opiniones de los receptores, y no ayuda a entender las guerras. Ningún periodista puede tener la verdad absoluta del conflicto, pero menos aún si está dentro de una sección o unidad que tiene una misión concreta.

De todas formas, el periodista empotrado sería un grave problema si fuera el único modo de contar una guerra. Pero puede llegar a ser un buen complemento. Aunque los embedded tienen limitaciones claras, ayudan mucho a comprender aspectos concretos de los conflictos.

Entre las ventajas de este nuevo tipo de reporteros están: el acceso directo a las batallas y a los campos de operaciones, la rapidez de llegada de las noticias a los propios periodistas y de estos a las agencias y los medios, la protección y ayuda que la unidad específica da a sus periodistas y el aprecio, la amistad y la simbiosis en general que se crea entre prensa y ejército. Viviendo con los militares se llega a entenderlos, conocerlos y valorarlos.

Esto también lleva a producir la impresión de que algo importante sucede, cuando no sucede en realidad. Y empiezan a funcionar en prensa las historias de interés humano, así como las vidas y entrevistas de militares y soldados y los reportajes de su día a día en el frente. Esto ocurrió con la grandísima periodista italiana Mónica Maggioni. Ella se vio totalmente influenciada por su sector militar. El comandante de su unidad era su comandante y los soldados eran sus compañeros y amigos. Maggioni se convirtió en parte de la cadena de comando, no en una reportera de guerra.

Realmente, lo cierto es que, en la mayoría de los casos, los periodistas empotrados acaban por convertirse en becarios de las fuerzas armadas y no en observadores críticos de las mismas, y esa no es ni mucho menos una solución en busca del consenso y la aceptación mutua.

Como diría el gran maestro Nicola Labanca: “El periodista empotrado nos cierra los ojos, pero nos hace creer que estamos viendo muchas cosas que además nos interesan y nos son indispensables. Y la libertad en trajes estrechos no es libertad.”


“Tenemos que desempotrar a los medios, algo que el Pentágono considera un éxito, pero que es mortal para la independencia de la información”.
Amy Goodman

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tremenda nota. Gracias.